1 de septiembre de 2009

La escuelita


A Armando

Las escuelas mexicanas son en apariencia rigurosas, o al menos, pintan muy bien dicha fachada: los padres de familia tienen la misión de encontrar tenis completamente blancos para que sus crías practiquen la educación física, una insignificante palomita de Nike en color negro es rechazada, podría incitar a la anarquía; las chicas tienen que subirse forzosamente las medias hasta sus rodillas, enseñar un poco de chamorro es inmoral, provocaría un sin fin de erecciones en sus pubertos compañeros...

La rigurosidad artificial continuará a lo largo de toda la vida escolar del estudiante: el alumno no aprenderá a apreciar la poesía, pero mecanizará una coqueta coreografía para declamar coralmente aquello que dice: ¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro…; sus nociones de geografía serán más bien vagas, pero elaborará una muy linda y colorida maqueta del sistema solar, con todo y estrellitas…

Los artificios continuarán ad infinitum: aquella universidad de supuesto prestigio, elaborará sus programas de estudio pensando en la certificación de la carrera, no en las necesidades intelectuales y laborales del estudiante; la educación superior es en ocasiones tan plástica, que podrán encontrarse universidades de tan dudosa calidad, como aquella que anunciaba hace no mucho tiempo como virtud académica el contar en su plantel con las chicas más atractivas del estado.

Pero, ¡oh, amarga realidad!, más allá del artificio, el rigor fenece, en las escuelas mexicanas la enseñanza es tan blanda que se dobla y se desdobla. Era un secreto a voces, pero ahora se confirma: la gran mayoría de los maestros son deficientes, carecen de los conocimientos necesarios para educar a niños y jóvenes, entre nosotros, los maestros que realmente saben constituyen una excepción que confirma la regla.

Existe sin embargo, algo tan o más grave que la falta de conocimientos en los docentes: su imposibilidad para contagiar al alumnado. Jaime Sabines, sintiendo el paso de los años, escribió un poema en el cual encontraba un solo remedio para la vejez: La única recomendación que considero seriamente es la de llevar una mujer joven a la cama -¿por qué?- porque a estas alturas, la juventud solo puede llegarme por contagio. El contagio tan necesario.

Recuerdo con alegría al maestro Armando, en el muy difícil quinto grado de primaria –nuestro profesor titular falleció, y un par de suplentes jamás dieron el ancho- irrumpió él a medio ciclo escolar, no era un profesor extraordinario en el español o las matemáticas, su particularidad era otra: media hora antes de que “sonara el timbre”, nos ordenaba interrumpir nuestras actividades para proceder a “contarnos historias” –así les llamaba él-, cuentos de otros, que él hacía suyos, y los narraba de manera extraordinaria.

Aquellas historias lograron reanimar al salón, nos contagiaron por completo. Lo último que supe del maestro Armando fue hace cinco o seis años, un entonces compañero y ahora amigo se lo encontró, como ocurre con las personas extraordinarias, un saludo no bastó, fueron a comer juntos a un conocido restaurante.

Estas historias son por desgracia difíciles de encontrar. El maestro carente de conocimientos difícilmente suple sus carencias con un ánimo propositivo, al contrario, surge en él un imaginario régimen militar que pone el acento en nimiedades tales como: hacer márgenes con regla, forrar libros con plástico, escribir acentos y mayúsculas con rojo, resúmenes fotostáticos, exposiciones acartonadas… aspectos meramente superficiales que no sirven para construir ni ciudadanos ni estudiantes.

La cereza del pastel es un costoso programa televisivo de nombre Todo mundo cree que sabe, lindo modo de demostrarnos que la educación en México marcha sobre rieles, la boleta se deshecha, que un grupúsculo de infantes humillen a cuanto profesionista se les pone enfrente es la prueba fehaciente del extraordinario sistema educativo que tenemos, significa que gozamos de una sólida educación, y por ende, que tendremos un muy prometedor futuro como nación.

No hay comentarios: