5 de junio de 2009

Algo más sobre mí y mi hairstyle

Hace un par de semanas me cortaron el cabello, muy probablemente volveré a acudir con mi estilista en dos semanas, la melena, me crece rapidísimo. Desde ese entonces viene rondando por mi cabeza la idea de que los estilistas que han desfilado por mi vida podrían constituir un imperfecto resumen de mi vida.

Empecé, como todo buen infante, siguiendo los pasos de mi padre, acudíamos juntos a una peluquería de esas en las que todavía se empleaba una navaja para recortar la barba, el bigote, la nuca y las patillas. Allí acudían en su mayoría personas mayores, muy mayores, hablaban de temas que me parecían incomprensibles, el lugar siempre estaba a rebozar, teníamos que esperar alrededor de media hora para que nos tocara nuestro turno, solía matar el tiempo hojeando la hemeroteca del lugar, la cual consistía en revistas Alarma e Insólito.

Dejé de acudir en cuanto se desató la epidemia del SIDA, que todos los clientes fuésemos recortados con la misma navaja puso histérica a mi madre, lo antihigiénico era ahora también la probable vía de contagio de una enfermedad en esos entonces completamente indescifrable.

Al perder a aquel peluquero de las revistas Alarma e Insólito perdí también cierta estabilidad, por un largo tiempo no volví a tener un estilista o peluquero de cajón, me volví un nómada de los salones de belleza, y a su vez, un muy mal estudiante. Sí, es solo un pretexto para justificarme.

Rodé por la estilista de mi madre, por la de mi (entonces) mejor amigo, o por cuanta estética me encontrara en el camino… una única particularidad, si la estilista en cuestión estaba de buen ver, sacaba mis brazos más allá de los estribos para poder rozar brevemente con mis brazos aquellos muslos tentadores.

Así viví un buen rato, hasta que un peluquero incompetente y torpe me dejó tan trasquilado que no había forma alguna de poder acomodarme decentemente el cabello, en la prepa algunos lo notaron y me apodaron momentáneamente el “Don King”, el suplicio duró un par de días: decidí raparme.

Cada que volvía a cortarme el cabello me departía entre raparme o acudir con algún estilista previamente recomendado, pero nunca encontré estabilidad alguna, seguía siendo un nómada de los salones de belleza.

Arribé a la universidad y al poco tiempo me topé con C, ella era (es) una chica totalmente opuesta a mí, su vida era un organigrama perfectamente trazado y la mía un rompecabezas con miles de piezas sin armar, empezamos a juntarnos y algunas cosas comenzaron a cambiar: mi guardarropa, que parecía de personaje de caricatura (un cambio para cada día de la semana) se fue abultando, fui haciéndome más observador (hoy en día me considero una persona sumamente observadora), me hice de un otorrinolaringólogo de cajón, y por último, cuando mi amistad con C pasó a ser una relación amorosa, me presentó a su estilista.

El estilista de C era algo distinto para mí, comenzando, desde luego, por el precio. Mis indicaciones para con los estilistas siempre han sido bastante limitadas: “corto” o “largo”, no más. Pese a lo breve de mis instrucciones, el estilista era dedicado, tardaba una eterna hora en cortarme el cabello, en ocasiones sentía que su oficio lo hacía para él, no por mí, terminaba de cortarme el cabello y muy pocas veces me preguntaba si me gustaba el resultado (siempre variaba un poco mi corte, nunca lo repetía igual), estaba seguro de la eficacia su trabajo, era un gran estilista. De él aprendí que los estilistas moldean parte de la personalidad de cada uno.

Mi relación con C terminó pero yo seguí acudiendo con su estilista, mis visitas eran intermitentes, no siempre iba con él, pero seguía siendo siempre mi primera opción.

Al año V irrumpió en mi vida, los cambios en mi actuar se dieron a cuentagotas, pero se fueron dando. De a poco fui dejando a un lado la superficialidad que me legó C, al año, dejé de ir con aquel estilista, V se convirtió en mi improvisada estilista.

No hay nada más romántico que el que la mujer que amas te corte el cabello: sentir sus manos sobre tu cabellera recién recortada, el empeño que pone en una profesión que no domina, reír en sincronía por algún fallo en el resultado final, recoger juntos la cabellera caída en la batalla y terminar todo con un beso y abrazo en el cual estorban pequeños cabellos recién cortados que se mezclaban con saliva y sudor.

En el ocaso de nuestra relación, V me presentó a su estilista, una señora sin destreza para cortar el cabello pero que cubre sus deficiencias con una sobredosis de empeño, siempre cuestionándome sobre mi conformidad con su trabajo, y siempre narrándome su vida y la de sus hijos.

Hoy en día sigo yendo con ella, y estoy a la espera de que otra letra del abecedario me presente a un(a) nuev@ estilista.

2 comentarios:

LUDA dijo...

no necesitas una letras más en tu abecedario,yo puedo presentarte a una buena y muy linda estilista

tomasinjaja dijo...

una buena y muy linda estilista ... me late chocolate. slds!