4 de julio de 2009

Divagaciones # 13 ... hagamos una porno

Jugaba con amigos y algunos cuantos desconocidos, ese juego que irradia hipocresía y sinceridad por igual: el “Yo nunca”. Fiel a mi costumbre –no me gusta enterarme de los secretos de las personas a menos que éstas quieran contármelos-, las preguntas que un servidor realizaba eran sumamente infantiles: “Yo nunca le he sacado la lengua a alguien”, “Yo nunca he cometido el acto anárquico de usar zapatos sin haberme puesto antes calcetines”… ante la clara ñoñes con la cual interrogaba, empecé a percibir un murmullo que me condenaba, cuando seguía mi turno la gente –más que nadie, los desconocidos- vociferaban: “osh, aquí viene otra pregunta tetísima”. Fue en una de esas, cuando harto de la falsa etiqueta con la cual se me identificaba, decidí hacer una pregunta demasiado personal: “Yo nunca me he grabado con un celular –aclaré- mientras sostengo relaciones sexuales”. Aquello fue el acabose, en centésimas de segundos pasé de ser el teto al depravado y perverso maniático sexual.

Días después fui al cine a ver Hagamos una porno. La película en realidad no narra la intimidad de la alcoba, trata más que nada sobre un puñado de fracasados que, ante diversas frustraciones –económicas en su mayoría-, deciden aventurarse en el mainstream de la industria pornográfica. En el clímax de la película, sus dos protagonistas tienen que fornicar ante la cámara pero terminan desentendiéndose de ésta, sostienen relaciones no para el potencial espectador sino para ellos, como dirían los románticos: hacen el amor en el sentido más cursi de la palabra.

Si el acto de consumir pornografía es un acto masturbatorio y personal –copulatorio y en pareja en ocasiones-, el crear pornografía casera es un acto tan íntimo que aparentemente no se debe de comentar –al menos que seas famoso y que tu ex-pareja busque hacerse de unos cuantos centavos divulgando el video en cuestión-. En Hagamos una porno, por ejemplo, el equipo que filma y atestigua al par de protagonistas mientras hacen el amor, se preguntan si aquello debiera de ser publicado, cierto, lo hacen en primera instancia porque la dosis de erotismo es tan nula, que saben que dejará insatisfecho al habitual consumidor de pornografía acostumbrado a altas dosis de sadismo, pero en el fondo lo hacen porque saben que aquel fue un momento tan íntimo que debiera de resguardarse únicamente en el recuerdo orgásmico de sus protagonistas.

Creo que aquel día que jugábamos “Yo nunca” mi pregunta no fue muy fuerte, fue sencillamente muy íntima como para ser develada en un juego tan exponencial. Creo que más de alguno de aquellos que “condenaron” mi pregunta se han filmado sosteniendo relaciones, o al menos, ganas no les han de faltar.

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