14 de julio de 2009

Y la izquierda ... bostezando


La izquierda comenzó a parecerme atractiva en el aula escolar, mientras el diestro escribía con una postura recta y lineal, el zurdo acomodaba anómalamente su cuerpo y el pupitre, era anárquico, se distinguía de entre el resto. La izquierda ha sido a últimas fechas objeto de análisis, lo recuerdo y busco en el revistero dichos ensayos, los encuentro y los releo. ¿Si la izquierda es tan atractiva, por qué obtiene tan pocos votos?

En un análisis visceral, López Obrador sería el culpable. El personaje en quien millones de mexicanos depositaron sus esperanzas confundió la esperanza con la devoción, quien no profesaba la religión lopezobradorista era declarado un hereje.

Lo que resalta a primera vista es la intolerancia de López Obrador, pero detrás de esa intolerancia se oculta una excesiva tolerancia de la izquierda, la izquierda siempre crítica se volvió de pronto acrítica, a López Obrador no se le tocaba ni con el pétalo de una rosa. Decía un melancólico Roger Bartra: “me temo que la izquierda mexicana, en todo caso el PRD, desgraciadamente sí tiene intelectuales a su alrededor […] ese es uno los problemas que me vuelven pesimista: sí tienen, y muchos, intelectuales, pero como ‘abajo firmantes’ o simples floreros.” Ni siquiera en los reductos de la intelectualidad la izquierda se muestra crítica, por el contrario, es condescendiente.

En la imposibilidad de criticar a López Obrador la izquierda perdía su actitud crítica, pero más lamentable aún es el trasfondo de ésta pérdida. A López Obrador no se le critica no porque represente una esperanza que debe mantenerse siempre inexpugnable, sino porque representa el acceso al poder, la izquierda se derrite y se doblega ante las delicias del poder.

A la izquierda nunca le interesó ser la segunda fuerza política del país, desestimó su extraordinario peso en el congreso, a la izquierda mexicana no le gusta construir desde abajo -como en teoría que lo hacen las izquierdas-, le atrae el poder absoluto que relacionan con sus tótems como Fidel Castro. Pese al extraordinario poder representativo de la izquierda, algunos intelectuales como Adolfo Sánchez Rebolledo siguen fantaseando con la existencia del bipartidismo, demostrando así, el eterno victimismo de la izquierda.

Esa fe ciega en la izquierda ha terminado por desdibujar a la izquierda, ésta ha dejado de ser una idea y se ha convertido en un discurso banal, vivimos un presente en el cual la izquierda se manifiesta como cultura pop: lo cool, el kitsh, la pose y la cirugía plástica.

Retomo las palabras de Rolando Cordera: “son de izquierda los que así se definen e imaginan. Partidos, personas, grupos epistémicos, iniciativas desde y para la sociedad civil que se vean a sí mismo como de izquierda”. El problema está ahí, la izquierda vaga errante sin definición alguna pero por contraparte, es sencillo imaginarse vistiendo la indumentaria de la izquierda: desde el político impecablemente trajeado que antes de responder a cualquier pregunta se define sin empacho alguno como un orgulloso representante de la izquierda, pasando por el estudiante de ciencias políticas que protesta acompañado de un gratuito epígrafe del “Che” Guevara, y terminando en un movimiento denominado APPO que dice defender la educación anulándola. Todos ellos son claros ejemplos de una izquierda con propuestas y protestas sin contenido, una izquierda vacía pero sumamente pictórica.

La única definición pública de izquierda es paradójicamente el ejemplo de su indefinición: “el triunfo de la derecha es moralmente imposible” sentenció López Obrador. ¿Está la moral del lado de la izquierda? Todo parece indicar que así la definen quienes se imaginan en las trincheras de la izquierda, basta con escucharlos: el traidor a la patria, la conciencia social, la represión… dichos que reflejan un dejo de superioridad moral. Luis Miguel Aguilar resume acertadamente esta actitud: “Yo soy más santo que tú”. La moralidad ha suplantado a la igualdad, la libertad y otras máximas de la izquierda.

La banalidad, la indefinición y la supuesta superioridad moral de la izquierda son tan notorias que el hartazgo social ha decidido no circular más por la autopista de la izquierda. La campaña en pro del voto nulo ha sido el punto de ruptura. Ateniéndose últimamente a cosas tan banales como: decirle “pelele” al presidente, denunciar una mafia ficticia, o escribir “hasta la victoria siempre” en la libreta; la izquierda ha perdido el piso y ha dejado de ser la voz del hartazgo, la izquierda no supo acompañar el sentimiento de protesta del voto nulo y los anulistas a su vez nunca quisieron ser acompañados. La sociedad amanece cada día más harta y la izquierda sigue fantaseando con la existencia de un presidente legítimo, los hartos bostezamos su ridículo y volteamos a ver otras latitudes.

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