7 de julio de 2009

¿A votar?


El primer minuto del pasado 5 de Julio me encontraba reunido con unos cuantos amigos, sobre la mesa alrededor de la cual estábamos congregados se encontraban tres orgullosas botellas de destilados –ron, tequila y whisky-, la absurda ley seca podía contrarrestarse con un poco de corrupción y otro tanto de ingenio.

En unas cuantas horas acudiríamos a votar, atenderíamos el llamado del titipuchal de millones de spots, pero nadie hablaba sobre las elecciones, las pláticas eran las de siempre: académicas, laborales, maritales, planes a futuro y uno que otro juego para hacer más amena la velada.

Motivado por la curiosidad, traté de introducir en un par de ocasiones el debate electoral en la charla. Fracasé. Los ahí reunidos están convencidos de que el progreso depende del esfuerzo individual -ojala fuese todo tan sencillo-, ni elogios ni insultos hubo para quienes compiten en la contienda electoral, simple y sencillamente un sutil ninguneo, más de alguno me confesó sin rubor alguno que no sabía siquiera la ubicación de su casilla.

Desistí, me integré a una conversación que versaba en la diferencia entre el tamal veracruzano y el tamal oaxaqueño, charla ciertamente más amena, interesante y quizás hasta fructífera que un debate electoral.

Desperté temprano, la elección seguía siendo un tema relegado, en casa el interés se centraba en un infinito quinto set disputado entre Andy Roddick y Roger Federer. Mi padre me envía un mensaje al celular: “hay muy poca votación”.

Más tarde decido comprobarlo con mis propios ojos, a las cuatro de la tarde acudo a votar, yo voy y solamente tres personas vienen, las tres vienen mirándose el lunar artificial en su dedo pulgar, ninguno de ellos manifiesta en su rostro una entera satisfacción.

El concierto electoral es una ópera-rock costosa, desafinada y escasamente concurrida, orquestador y espectador no están en sintonía, los primeros todavía creen que un electorado borreguil coreará sus pegajosos jingles electorales a la usanza de Cab Calloway y su Minnie The Moocher, mientras que los segundos esperan ver a un todopoderoso Bono irradiando esperanza, buena onda y happy ending en el escenario.

Los medios no parecen darse cuenta de esto, y gracias a ello se convierten en la viva imagen del fracasado recital electoral, un ejemplo de ello son el caudal de noticias superfluas que, so pretexto de una cobertura total, nos endilguen sobre la contienda electoral: “ya votó el candidato fulanito” –¿a alguien le importa?-, una señora entre consternada y enfurecida habla a la radio para denunciar que ya no tiene tinta en el dedo –¿a alguien le importa?-, que una promotora del voto nulo y un presidente de casilla se agarraron del chongo en el Distrito Federal -¿a alguien le importa?-.

Éste 5 de Julio afloró todo el patetismo de la contienda electoral, argüende y superficialidad de unos, desinterés total por parte de otros, atestiguo un divorcio aparentemente irreconciliable. Estoy seguro de que si en este país no se tuviese un aparato burocrático sobrepoblado, los índices de la participación ciudadana serían para partirse de la risa, llorar después y por último, comenzar a reflexionar.

Termino las últimas líneas de esta entrega, me llevo la mano a la barbilla y releo con atención lo que he escrito, algo me distrae, es intenso, lo busco y lo descubro, es ese irresistible olor a mayonesa que desprende mi pulgar derecho, sin duda, lo más interesante que me dejó esta insípida jornada electoral.

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